Despertarse con el going down down down en tu cabeza es inevitable cuando pocas horas antes la banda anglo española Crystal Fighters cerraba la primera jornada del Festival de les Arts 2018 entre fuegos artificiales, efectos de luces, globos, confeti, pelotas de plástico y miles de personas bailando enfervorecidas. Tema a tema, desde el inicial I love London, los de Sebastian Pringle fueron ganando con su folk electrónico a un público entregado que saturaba cada centímetro cuadrado del escenario Heineken. El sonido no fue lo mejor, fundamentalmente si te encontrabas a más de treinta metros de los músicos, pero la madrugada, la cerveza y la sensación de estar viviendo un gran concierto diluyeron cualquier otro pensamiento.
Casi se te olvidan las colas para conseguir algo de comer, o las normas para devolver el famoso vasito, cuando poco antes la Nancy Anoréxica pero bueno Mario Baquerizo ponía una sonrisa en la cara de los asistentes al desvelar uno de los misterios de la vida y, según él, la mayor creación que ha hecho Dios, que es ese puntito de travestismo. Nancys Rubias ofrecieron una actuación divertida que confirmaba la tendencia variopinta de los carteles de las pasadas ediciones.
Y como Dorian ya se había dejado ver en la primera edición de Les Arts, y aunque presentaban nuevo disco, y a pesar de ser fans declarados de sus himnos, la difícil decisión de quedarse al concierto de Navvier se convirtió en uno de los aciertos de la noche. Los valencianos, que explicaban cómo se había cumplido un sueño que comenzaba diez años antes, en el MTV Winter de 2009 de Franz Ferdinand y Mando Diao, cuando soñaban con tocar algún día en ese lugar, agradecieron al selecto público la oportunidad brindada con una actuación gloriosa. El eclecticismo de sus canciones combinaba con coherencia ritmos metal –esa forma de pisar el monitor del guitarra delata un pasado metalero– con melodías eucarísticas de órgano, rock progresivo y toques de scratch, tanto en temas instrumentales como cantados, todo hilado, increíble.
Otra particular comunión fue la vivida entre música y parroquia en el concierto de El Columpio Asesino, con unos mantras sonoros de letras oscuras cargados de intensidad, bien acompañados por los técnicos de luces y sonido. El tiempo se les vino encima a los de Pamplona que dudaron en tocar –miraron de reojo a producción como pidiendo permiso– lo que todos esperaban allí: Toro. Brazos en alto, voces al unísono, cientos y cientos de almas perdieron por un instante la cordura en este acto litúrgico.
A pocos metros del escenario Coolway acabada de actuar en el Brugal la otra gran sorpresa de la noche, Alien Tango, banda inclasificable con una puesta en escena descarada, entre papas, bocadillos y plátanos –vamos, que cenaron sobre el escenario– y una música de referencias exóticas y tintes soul que muchos se perdieron por guardar turno en el puesto de hamburguesas. El murciano Aitite desplegó toda su voz y sus dotes de showman en uno de los conciertos más gratificantes de la jornada.
Y en esta cuenta atrás también pasaron Viva Suecia, ya como banda grande, con todos sus hits puestos al descubierto sobre la mesa, buscando la complicidad de un público que sabía al dedillo las letras de sus canciones. Piedad, A dónde ir, Los años, Permiso o perdón y finalmente Bien por ti, con la que lanzan un confeti muy vistoso que siempre da calidad a lo que está sonando.
Poco antes Rufus T. Firefly superaban con solvencia los problemas de sonido del arranque del concierto –y es que probar en solo veinte minutos con la otra banda sonando a la vez no puede ser buena idea de ninguna manera– y ofrecían una actuación seria y consistente en la que se escucharon temas como Pulp Fiction, Magnolia o Demogorgon. Los de Aranjuez, muy concentrados, se juntaban en ocasiones en torno a la batería de Julia haciendo piña, y entre loops y riffs pusieron la nota psicodélica a una noche que comenzaba a ser mágica.
Pero sin duda la joya de esta primera jornada de la edición de Les Arts 2018 fue paradójicamente lo que vino antes. La esperada actuación de Morgan consiguió emocionar a un público que ya comenzaba a ser numeroso a esa primera hora de la tarde, sin el sol abrasador de otros años. Cada nota de la banda madrileña sonada en su sitio, los temas, que empezaban contenidos, terminaban con un despliegue abrumador de voz –y voces porque hasta tres se oían a la vez– guitarras, teclados y batería.
Nina, muy agradecida con la invitación –si no dio las gracias treinta veces no lo hizo ninguna– conquistó los oídos de la gente con esa voz sincera, auténtica, visceral, de dentro, y arrancó también alguna lágrima con ese tema brutal en castellano. Sargento de Hierro nos dejó noqueados, tristes y alegres a la vez, agradecidos. Gracias a ti Nina.