De verdad, no se qué haríamos sin Slaughterhouse cuando nos entra el achuchón de comernos una buena hamburguesa casera a la de ya. Cierto es, que en el barrio de Ruzafa hay varias opciones para saciar estas ansias, todas de bastante calidad, pero ninguna con el flow de Slaughter.
Con el auge de los hipsters han surgido muchas libreríasbarrarestaurantesbarracafeterías, pero pocas tienen una carta camaleónica que además de servir para elegir comida (función obvia y necesaria), entretiene. Que queréis que os diga, yo era de las que leía cajas de cereales de pequeña, y ahora de pseudomayor me hace gracia leer sobre los inquietantes años 70 en la carta de un restaurante. O que me recomienden una lectura o canción adecuada para mi hamburguesa. Rara que es una.
Pero vayamos a lo importante, como siempre: las hamburguesas están deliciosas, y aunque a veces los tiempos de espera pueden ser algo largos, lo que te llegará a la mesa hará que merezca la pena. Siempre tienes la opción de pedirte unos quesos y embutidos regados con un buen vino o una Estrella de Galicia. O ser paciente y guardar un hueco para probar su deliciosa tarta de zanahoria, que ahora se llama Tarta Logan, pero en un mes, quién sabe…
Además, en Slaughterhouse se suceden casi a diario conciertos, presentaciones de libros, exposiciones varias y tertulias sobre lo divino y lo humano, que les han convertido en una de las referencias culturales del barrio. Y si justo ese día no han urdido ningún plan, tienes entretenimiento para rato con los libros y revistas que cuelgan de las paredes, como lo hacían los cerdos antiguamente. O al menos así me lo imagino yo, pues corre el rumor de que Slaughterhouse era una antigua carnicería, de ahí ese nombre. Yo casi prefiero la carne en el plato y los libros por las paredes. ¿Y tú?