Hoy os voy a hablar de mi último descubrimiento gastronómico y os prometo que os va a encantar. Bueno, debo reconocer que la descubridora oficial no he sido yo, sino mi amiga Adela, a la que le agradezco mil la recomendación porque de verdad que el restaurante es una maravilla. Figúrate, un restaurante que une huerta, paella y brasas. A mí ya me ha ganado.

Se trata de Villa Mari Luz, una alquería situada en mitad de la huerta de Alboraia. El lugar es un poco recóndito, tal es así que no solo es fundamental que reserves mesa sino también todo lo que vas a querer tomar, picaeta incluida. Esto que a priori te puede parecer un poco rollete a mí me pareció bastante guay. Primero porque Villa Mari Luz no es en absoluto un sitio de paso y ese toque de exclusividad tiene un punto bien chulo (y lo sabes), y segundo, así tienes la seguridad de que está cocinado al momento, solo para ti y con producto fresco.
Villa Mari Luz es un lugar de tota la vida, un restaurante familiar, sin web, ni facebook, ni recomendaciones en Tripadvisor. Puntazo a favor. Están especializados en arroces y carnes a la brasa pero cuando llamas para reservar lo primero que te dicen es que puedes pedirles lo que quieras, que ellos saben hacer de todo. Y oye, lo hacen de categoría.

Nosotros no innovamos mucho y tiramos de carta (carta que previamente te envían por whatsapp). Encargamos un arroz seco de pato, setas, alcachofas y foie y para picar nos decantamos por el esgarraet (fantástico), puntilla con habitas y ajos tiernos y calamar a la plancha. De postre, un postre viejuno pero que nunca falla, leche frita. Las cantidades están mejor que bien, el servicio es rápido y el trato es estupendo.





Pero sin duda, me encantó el lugar en sí. En medio de la huerta de Alboraia, literal. Accedes por un caminito entre los huertos, entras por la alquería familiar decorada con mil historias tradicionales como aperos de labranza, planchas antiguas, decenas de morteros… y en lo que sería el jardín de la casa, se encuentra una cabaña de madera, llamada “El Capricho” y que funciona como comedor. Es una cabaña pequeña, por lo que no hay muchas mesas. Nosotros tuvimos la “suerte” de que cuando fuimos no estaban todas las mesas reservadas, así que pudimos disfrutar de una comida muy tranquila.




El entorno es pura maravilla. En días de buen tiempo (el día que fuimos llovía) debe ser un escándalo. La decoración es curiosa, con un punto un tanto friqui pero está hecho de una forma tan natural que hace gracia. La única pega es que no abren para almuerzos, solo ofrecen comidas y cenas. Ah! y ojo que tampoco admiten el pago con tarjeta.
Y si habéis leído esto, podéis sentiros afortunados. Este sitio la peta. Ya me daréis las gracias.